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Wittenberg, 31 de octubre de 1517.
Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz,
se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la
presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada
Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa
localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y
debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito.
En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced
penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes fuera
penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia
sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y
satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia
interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra
exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al
propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa
que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella
que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los
cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y
testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza
en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la
culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo
tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su
vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los
vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los
cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa,
quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de
necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena
para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los
obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino
antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la
muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho
exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el
moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto
menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar
de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están
muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre
sí como la desesperación, la cuasi desesperación y al seguridad de la
salvación.
17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que
estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la
caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al
menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aún
en el caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas
las penas, significa simplemente el perdón de todas ellas, sino
solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias
que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a
causa de las indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del
purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta
vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión
de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los
más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente
engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación
de las penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio,
cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o
parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del
purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino
por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan
pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el
lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la
Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser
redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San
Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como
el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es
rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos
que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de
indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las
indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el
hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de
la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los
hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no
es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a
la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene
participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta
participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de
indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el
Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he
dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar
al mismo tiempo, ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y
la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión
de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo
menos, da ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para
que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las
demás buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa,
en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las
obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre
o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase
indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega
a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo mas,
liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y,
sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que
obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación
de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de
bienes superfluos, están obligados a retener lo necesario para su casa y
de ningún modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias
queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias,
el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su
persona, antes que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales
son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a
causa de ellas, pierden el temor de Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las
exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la
basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la
piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto,
como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los
cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando
para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera
menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de
indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su
misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar
indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la
palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy
poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una
ceremonia, el evangelio (que es lo más importante)deba predicarse con
cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las
indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre
el pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho
de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los
atesoran.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos
siempre obran, sin la intervención del Papa, la gracia del hombre
interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres,
mas hablaba usando el término en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la
iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Esta claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta con la sola potestad del Papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en
otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con
gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto
proporcionan ganancias.
68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y
escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus
propios ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado.
71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito.
72. Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores de indulgencias, sea bendito.
73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que
maquinan algo, con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las
indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las
indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan
eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a
un hombre que haya violado a la madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden
borrar el más leve de los pecados veniales, en concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder
mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como cualquier
otro, dispone de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes
espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en 1ª de
Corintios 12.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni
siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que
se debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente
sutiles de los laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de
la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual
sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito
de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la
basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por
los difuntos y por qué el Papa no devuelve o permite retirar las
fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo
orar por los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa,
según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero,
redimir un alma pía y amiga de Dios, y por que no la redimen más bien, a
causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y
amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y
por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales,
se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias,
como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más
abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una
basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de
los pobres creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué
participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya
derecho a una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si
el Papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y
participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la
salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e
indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la
fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y
al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los
cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y
la intención del Papa, todas esas objeciones se resolverían con
facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: "Paz, paz"; y no hay paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por
seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.
Wittenberg, 31 de octubre de 1517.
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